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Lobos en San Pelegrín
Todos las temporadas de caza se escucha el mismo rumor: algún cazador ha avistado algún lobo por los cotos de las Sierras de Balced o de Sevil. Ya sea un lobo o un perro asilvestrado, lo cierto es que no hace mucho era habitual encontrárselos por estas sierras, como nos cuenta Pedro Arnal Cavero en este relato que él escuchó de zagal, lo que sucedió en San Pelegrín ‘en la noche del día de Año Nuevo, habiendo dos palmos de nieve desde San Gregorio hasta ‘La Mapa’, en la sierra de Sevil’
Ramoned servía en la casa de Carruesco. Después de cenar bajó a la cuadra a dar ‘prenso’ a los ‘bajes’. Advirtió que no había paja. Tuvo que ir al pajar unido a la era, en las afueras del poblado. La noche no estaba como ‘boca de lobo’, sino clara, silenciosa, glacial, imponente en sus contrastes de luna y de sombras que parecían aquelarres y fantasmas.
A Ramoned se le ocurrió una idea insensata: ‘Utilar’ imitando muy bien, demasiado bien, los aullidos de los lobos. A los dos o tres ‘utilius’ del criado tonto pudo escuchar claramente cómo le contestaba un lobo de verdad desde las fajas altas del Tito, y en seguida otro por Basacol, y al momento otro que debía estar hacia Quizáns. Antes de breves momentos vio, sobre la nieve, un bulto negro que venía hacia él. Ramoned se encerró en el pajar cuando, horrorizado, contó cuatro o cinco fieras que se acercaban a la era.
Al instante empezaron los lobos a arañar y a morder la vieja, feble y carcomida puerta del pajar. Las uñas, patazas y caninos terribles iban a arrancar una tabla débil de la sencilla puerta y era inminente el riesgo de morir devorado por las fieras montaraces. Ramoned amontonó, para reforzar la cerradura, un trillo de pedreñas, retabillos, palas y plegaderas, pero los lobos vencían en la desesperada lucha y ya metían sus morros sangrientos por las aberturas hechas con furor por su hambre y su rabia. La oscuridad dentro del pajar limitaba la defensa del criado, quien, armado con una horca, daba golpes tremendos, pero a ciegas, en las grandes rendijas por las que asomaban, cada vez más amenazantes, las zarpas de las fieras.
Ya se hacía imposible la resistencia del criado y empezó a gritar pidiendo auxilio. Los lobos redoblaban su fiereza y las tablas cedían a su empuje y destrucción. Entonces Ramoned quitó unas tejas desde lo alto del montón de paja y pudo salir al tejado. Desde él gritó con más fuerza y mayor desespero pidiendo, angustiosamente, socorro y ayuda. Ya uno de los lobos metía entera su cabezota imponente por el agujero hecho a mordiscos y a zarpazos. El criado tiraba con toda su fuerza y su alma tejas sobre los lomos inquietos de las alimañas cuando ya Dios quiso que los vecinos de la aldea oyeran las voces lastimeras del mozo. Al instante corrieron los hombres, armados con hachas, palos y cuchillos, alumbrados con manojos de ‘espigol’ encendidos. Y entonces huyeron a las sierra los lobos feroces, y así libraron de una terrible agonía y de una muerte pavorosa al joven gañán.