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La rematadura

Por Pablo Calahorra (texto y transcipción)

7 de diciembre. Hemos terminado de coger las olivas. Hemos sido los primeros que hemos acabado así que teníamos el derecho de hacer una «matracada», según la información de José Ortas, que consite en arrastrar las varas cortas por los peldaños de las escaleras de madera, haciendo mucho ruido, indicando así a los demás que por mucho que corran ya no serán los primeros. Luis nos dijo también que no fuéramos a coger olivas con esa «boira preta», que se romperan las varas: efectivamente se partieron dos… Pedro A. Cavero se hizo eco de las costumbres que giraban en torno a la recogida de la oliva. Aquí damos cuenta de ello:

 

[…] Brindo al periodista y al amigo tan amante de nuestras cosas la estampa de una rematadura en la recolección de la aceituna en la zona olivarera de Radiquero, Asque, Colungo, Alquézar, al borde de las sierras que limitan el Somontano con las montañas de Guara y Sevil.

Se madruga más de lo corriente aquel día. Los amos de las casas Laspuertas, Ayerbe, Naval, Laplana, Abadía, Fantoba, Villacampa… no se dan punto de reposo. Con un candil en la mano recorren toda la casa, desde el granero hasta la masadería, desde la falsa hasta la cuadra; en la bodega están ya los criados llenando de lo añejo las enormes botas, aqueldía no se bebe vinada, ni hay farinetas ni trigoarroz para almorzar, ni nabos ni judías royas para comer, ni sardinas ni salmorrejo ni ajoarriero para cenar. Es todavía de noche y ya van llegando los jornaleros a la cocina; son los de hace muchos años: Altemir, Almazor, Albajar… que en su prosapia y en su indumento rezuman arabismo.

No se puede coger olivas «de arriba» hasta que el sol ha secado las ramas; en los pacinos hay babada porque la boira ha estado morriando toda la noche; es preciso, para quitar el frío y para aprovechar el jornal, dar unas tronzadas a un camal y arrancar una toza de aquel neral tres veces centenario.

El trago de las diez no se hace con cebolla, panseñas y pan moreno; estamos en la rematadura y se hace honor al acontecimiento, sobre todo si ha habido olivada: chinflaina, torteta con salasa, pastillo de la hornada última… Se hace una buena charada con aliagas bien copudas porque la brochina que baja de Guara pone las manos enchervedidas; las cogedoras del suelo se quitan los miñones de lana burda para recibir la caricia de una flamada y reprochan a los hombres porque con los palos de los ganchos avientan lejos las olivas y no cen en la mandilada; precisamente hay un torrocal y más barzales…

La pitanza sabrosa, el sol ya se ve libre de estorbos, los tres buenos tragos y la perspectiva de una noche de borina animan a los tajos. Los de Batalla cantan en la Valle; Los de Martín Juan, en los Planos y en Avellaneras; los de Gervasio, en San Marcos. Hay coplas, cantadas a coro polifónico; llevan a unos o a otros olivares el picadillo, la sátira, la sorpresa, el reto:

«Icen quìñor Juan de Sancho
lleva cuatro manirrotos;
y ha cogido las olivas
talmente antes que los otros»

Como una bendición del cielo llueven de lo alto chorros de aceitunas, moradas y brillantes, a cada golpe que da en las ramas el cogedor izado en el extremo de la escalera de «vente escaleróns». Ya han llenado un saco cahicero y dos cuévanos; hasta mediodía van a coger un pie de olivas; aún les falta la valleta con sus seis manzanillas bien cargadas, tanto que hacen corona: si hubiese caiu una nevada…

Está en calma el día; desde los Catarrones se oyen hasta las animadas charlas de los jornaleros en Viñamatriz; las campanas de Buera, de Adahuesca, de Alquézar, señalan las doce y se hace el silencio en los olivares. Una fogata junto a un marguinazo bien solanero y a comer: buen plato de recau para calentar el cuerpo, unas buenas pizcas de lo mejor que tenía Frechín y, sobre todo, buen plato de ajaceite que exige no dar paz a la bota de seis u ocho jarros; hay que beber a pulso, y si las mujeres o algún mozalbete no tienen fuerza hay que ingeniárselas para burlar la imposición o esperar a que el trasiego aminore la carga.

Por la tarde hay que trabajar «a lomo caliente» aunque la nieve de Sevil envíe un hálito glacial; los mandiles, las escaleras, las estrales toceras, todo hay que dejar en la caseta o se ha de llevar a casa si hay necesidad de remiendos y reparaciones para la próxima cosecha. También hay que aventar y llevar al torno las olivas; los algorines están con caramullo y habrá que llenar también la balsa del ruejo grande…

Estas faenas del día de la rematadura obligan a cenar tarde, no antes de las ocho, pero, ¡cómo se venga el estómago de la tardanza! Hay cardo y apio, para ensalada, de las huertas de Barbastro; buenos grumos de Funte sierra; guisado de vaca con las mejores cuarentenas de Campanachal; remojones ahogados en el tinete, con mucho ajo y azúcar; turrones, higos, orejones, nueces, almendras, peras forniadas…; en los aparatos digestivos se fuerzan las leyes de impenetrabilidad y el tinto con el clarete maceran tanto condumio. Claro es que el complemento son unas copas de anís y algunas tazas de poncho con nuez moscada.

Unos y otros están sometidos al tormento de la alta temperatura porqué están entre dos fuegos: el interno que mantiene el alcohol ingerido y el que producen unos grandes troncos de carrasca en el hogaril. Las cadieras, con pieles y colchonetas, harían de camas si no las ocupasen tantos asientos; se produce algún claro porque, al son de una guitarra, van a bailar la valsurriana dos que apenas pueden mantenerse en pie; los demás, queriendo cooperar en la fiesta, poniendo la voz en grito y la garganta en trance de quiebra, intentan cantar la Marichuana, el romance que empezaba así:

De los Altos Pirineos
m’en baché ta tierra plana
pa’ver un amor qui tengo
que se llama Marichuana…

Y, poco a poco, rendidos por el esfuerzo y por el sueño, se van los jornaleros y los criados a dormir como benditos.

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