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Fiestas de agosto, por Pedro Arnal Cavero

Pedro Arnal Cavero recogía esta tradición, allá por los años 50 del pasado siglo, de solicitar permiso a la autoridad competente para celebrar las fiestas, un ritual protocolario, que era el incio de las fiestas de agosto:

Fiestas de Huerta, de Radiquero, de Buera, de Hoz, de Salas… d’ichos lugares d’abajo. En todos esos pueblos, y en los próximos a los citados, unos días antes delas fiestas van los mozos a pedir al alcalde permiso para celebrarlas y a darle los nombres del mayoral, de los ayudantes y de los que van a entrar en el gasto. El acto tiene mucho de ritual y protocolario. Cuando llegan los mozos a la casa del alcalde, una noche después de cenar, casi siempre un sábado, ya rodean a la autoridad del pueblo el cura, el maestro, el secretario, el juez y el sargento o el cabo de la Giardia Civil. El alcalde hace siempre esta pregunta:

– ¿Estáis todos unidos?
– Si señor alcalde (contesta el mayoral).
– Pues si estáis todos en un bando, podéis hacer fiesta y que no tengamos que reprender a nadie; que digan los forasteros que se van con ganas de volver al año que viene.

Seguidamente, la dueña, las hijas, las forasteras que ya hayan venido al pueblo, los criados y las criadas de la casa del alcalde (casi siempre el alcalde es el amo de la mejor casa o de una de las mejores casas del pueblo), sacan pastas, galletas, tortas y sequillos, clarete abundante y anís de marca, cigarros, gaseosas y refrescos. Después del acto ‘oficial’ y de la despedida campechana y afectiva, los mozos iniciarán la ronda, ya en la calle, y, en la puerta de la casa de la autoridad del pueblo, uno de ellos cantará invariablemente, obligadamente, esta canción:

«Esta sí que es casa, casa;
estas sí que son paredes;
en esta casa se encuentra
lo mejor de las mujeres»

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