Eripol
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Su
antigüedad tal vez no sea tanta como la de la Colegiata de Alquézar,
o la del dolmen de Losa Mora, pero a ambos seguro que les aventajan
en íntima unión con las necesidades y vivencias de generaciones
y generaciones de anónimos labradores y pastores de la comarca.
Si pudieran hablar, sus muros podrían contarnos historias de soledad
o de trabajos cansados, pero también de descansos bien merecidos,
de sabrosas comidas o de momentos amorosos a salvo de miradas indiscretas.
Y
en realidad, eso de que no hablan es mucho decir, porque lo único
que hace falta es escontrar la manera adecuada de hacer las preguntas.
Así, preguntándoles cómo es el entorno en el que se encuentran sabremos
a qué tipo de actividad servían de apoyo, o midiendo sus dimensiones
averiguaremos qué numero de personas cabían en su interior, o escudriñando
en su interior tal vez encontremos una inscripción que nos revele
el nombre de sus ocupantes o la fecha en que fueron construidas.
¿Y para qué sirven estas casetas ahora -se preguntará más de uno-
que los labradores van y vienen en tractores con aire acondiconado
y ya nadie se refugia en ellas? Pues sepa todo el mundo que sirven,
o pueden servir, para muchas cosas: son una lección de sostenibilidad
y de diversidad en esta época de despilfarro y estandarización,
poseen un evidente valor estético, son testimonios inigualables
de nuestro pasado más cercano, pueden favorecer nuevas maneras de
contacto del ser humano con la naturaleza, pueden potenciar un desarrollo
turístico respetuoso con el entorno...
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